miércoles, 28 de abril de 2021

Diario urbano

Los días son claros y radiantes. Empieza el otoño.

Estas mañanas me levanto más temprano y salgo a andar en bicicleta. Mi fijación últimamente es el sur, sur oeste de la ciudad, así que bajé por Centenera hasta la avenida Castañares. Ya sin bici me largué a caminar hacia el sur. 

Curiosa avenida, Castañares. Veredas amplias, talleres mecánicos, comercios de productos de limpieza al por mayor, algún almacén. Enfrente, a mi izquierda, las primeras casas, todavía híbridas, de la villa. La avenida pertenece a esos límites invisibles que tiene la ciudad y que sólo detecta el ojo sensible, entrenado. De acá para allá, la villa; de éste otro lado, la ciudad. 

Unas cuadras más allá la avenida baja abruptamente y caí en un cruce con la calle Bonorino. Un páramo. Un posible fin del mundo entre tantos otros en la ciudad. A mi izquierda la villa, los carteles de un centro de salud del gobierno; enfrente unos paredones, chatarra, autos desvencijados, el humo de un puestito de choripanes, la parada terminal del colectivo 26. El paisaje típico del Bajo Flores.

Me quedé unos instantes ahí parado, sin reacción, sin saber muy bien qué hacer, simplemente mirando.

Cuando me volví a poner en movimiento saqué algunas fotos. Un paredón con una pintada de “Bajo Flores. Deportivo Español”, un complejo de edificios bajos, de viviendas populares al estilo del Barrio Los Perales de Mataderos. Según la aplicación bajada en mi teléfono celular me esperaba una estación de bicicletas a unas cinco o seis cuadras. Caminé derecho por Bonorino volviendo hacia el norte. 

En la calle Juan del Castillo encontré una bonita plaza con dos nombres: en la estación de bicicletas rezaba “Plaza Don Segundo Sombra”, pero un cartel acompañado de una chapita indicaba al lugar como “Plaza Brian Aguinaco”. Pensé en algún chico muerto de la zona, asesinado. Una muerte nunca esclarecida, tal vez, a cargo de la policía, o de alguien, o un grupo. Qué decir.  

Ya subido a mi nueva bici remonté una zona de pasajes que de repente se transformaron en la calle Membrillar. Nunca pasa demasiado tiempo en Buenos Aires sin que uno vuelva a encontrar el rumbo. Reconocí la zona: ese barrio de casitas y pasajes en la falda del barrio de Flores.

Y qué bonita que es Membrillar. Crucé Avenida Eva Perón y pedaleé bajo los árboles frescos que abrazan la calle. A mis costados pequeñas casitas, muy viejas algunas. Las pensé como palacios de otra época, comparadas con las fealdades modernas. Algunas estaban en venta y me pregunté por qué no venir a vivir acá. 

Unas cuadras más arriba crucé Directorio y entré en el corazón de Flores. Atravesé el tráfico de Rivadavia y las vías del tren de Yerbal. Ya estaba de vuelta en la ciudad visible, la de la clase media burguesa, la que desconoce a esa otra ciudad que había visto minutos antes, nada lejos de allí.

~

En la parada de la Plaza del Ángel Gris esperé una nueva bicicleta sentado en el suelo. Aproveché la espera y leí uno de los "Cuentos de la Malá Strana", de Jan Neruda.

Me sentí un pordiosero rotoso y bastante privilegiado.

1 comentario: