Los encuentro
después de haber atravesado una llanura caldeada por el sol.
Por causa del ruido
no habitan a la orilla del camino. Viven en los campos incultos, junto a una
fuente que sólo conocen los pájaros.
Parecen
impenetrables, desde lejos. Apenas me aproximo, sus troncos se desenlazan. Me
reciben prudentemente. Puedo reposar ahí, refrescarme; pero adivino que me
observan con desconfianza.
Viven en familia,
los más viejos en medio y los pequeños, aquellos cuyas primeras hojas acaban de
nacer, un poco diseminados, pero sin apartarse nunca.
Su muerte es
prolongada y conservan a sus muertos en pie, hasta que caen hechos polvo.
Se acarician con sus
largas ramas, para asegurarse de que todos están allí, como los ciegos.
Gesticulan coléricos si el viento se insufla para arrancarlos. Pero entre ellos
no hay ninguna disputa. Si murmuran, lo hacen de acuerdo.
Los tengo por mi
verdadera familia. Pronto olvidaré a la otra.
Me adoptarán poco a
poco estos árboles y, para merecerlo, aprendo lo que es necesario saber:
Ya sé mirar las nubes
que pasan.
Se quedarme en mi lugar.
Y casi ya sé callarme.
Se quedarme en mi lugar.
Y casi ya sé callarme.
("Histoires naturelles", 1894).
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